Violencia Doméstica: Los especialistas alertan de la pérdida de referentes de autoridad en los casos de violencia juvenil

La violencia juvenil alcanza desde hace tiempo a iconos antes intocables: padres, profesores, fuerzas de seguridad. La Fiscalía de Menores de Ourense evalúa cada vez más casos. Unos pocos derivados hacia la Justicia como delitos, en otros muchos, como una petición de ayuda por parte de unos padres, que llaman desesperados a la última puerta. Desde el Centro Terapéutico de Reforma de Montefiz, su equipo de psicólogos apunta a la caída de los referentes de autoridad como una de las explicaciones al fenómeno.

La Fiscalía de Menores se ha vuelto para muchos padres la última salida al infierno que los hijos han llevado al hogar. La violencia doméstica, ejercida por menores, ha dejado de ser un fenómeno extraño. En 2008, fueron ocho los menores procesados por este delito. Pero son muchos padres los que acuden a la Fiscalía antes que la convivencia familiar se judicialice.

En el momento en que un hijo agrede a sus padres, e implosiona en casa la violencia, ésta no ha estado sino larvándose mucho tiempo antes de explicitarse en forma de golpes. ¿Qué ha tenido que ocurrir para llegar a ese punto sin retorno? Ricardo Fandiño, psicólogo del Centro Terapéutico de Reforma para menores de Montefiz, considera que ante todo ‘se ha perdido el referente de autoridad’, hecho que ‘ha llevado al menor a transgredir unos límites que, tal vez, no le han sabido marcar claramente’. Hablamos de una caída de referentes parentales, pero también de otras figuras que ejercen la autoridad, ‘y víctimas igualmente de la violencia, como profesores o policías’, añade Raquel Gude, psicóloga de Montefiz.

‘Yo hablaría de una sociedad’, afirma Fandiño, ‘en que el adulto no está puesto en valor. De hecho, ahora los adultos pretenden ser adolescentes. La tendencia es a prolongar esa fase de la vida’. Como resultado, los verdaderos adolescentes, los menores, confunden los roles.

Ahora bien, bajo este razonamiento, se corre el peligro de creer que ‘está únicamente en manos de los padres torcer el destino de los hijos’, advierte Juan Basanta, psicólogo del Equipo Técnicos de Menores de la Fiscalía de Ourense. Es cierto que en relación a los padres ‘fallan’ algunos elementos en la estructura disciplinaria. Por una parte, estamos ante padres que ‘mantienen actitudes educativas inconsistentes, es decir, lo que hoy premian, mañana lo castigan’. En segundo término, ‘no realizan una adecuada supervisión de la conducta de sus hijos durante la infancia’. Eso significa desde evadirse ante las amistades del menor, a ausentarse de las reuniones del colegio’.Pero, ¿y el menor?, ¿en qué medida contribuye a convocar el monstruo de la violencia? Los hijos conflictivos presentan tres rasgos distintivos, según Basanta: ‘La insensibilidad, porque no les importa el dolor que causan; la impulsividad, ayudada por la falta de cortapisas morales, y el narcisismo. Se creen los reyes del mambo, no aceptan lecciones de nadie, creen saberlo todo’.

‘Pueden ser tus jefes’

En unos chicos, estos rasgos tienen solución, en otros no. Que no tengan solución, en todo caso, no significa que acaben en la delincuencia. Basanta cree que ‘pueden ser tus jefes. Suelen ser los jefes. La gente que se cree maravillosa, impulsiva e insensible, son unos grandes ejecutivos, buenísimos. Eso sí, acosan a la gente, la despiden, pero ganan mucho dinero. Hay muchos políticos entre ellos. Esos son los casos que no se curan, porque nadie los diagnóstico’.

La violencia, a manos de menores, ‘ha dejado de estar vinculada a la marginalidad social’, según Raquel Gude. Hay menores que vejan o golpean a sus padres en las clases acomodadas. Julio Jiménez, delegado en Ourense del Instituto de Medicina Legal de Galicia, advierte que los hijos ‘se han creado como necesidades básicas el teléfono, internet, la televisión y salir los jueves al botellón, y cuando les falta algo de eso, hay problemas’. Esto favorece la tesis de la violencia ya no es marginal. Ni siquiera es más urbana que rural. ‘Es una problemática globalizada’, afirma Raquel Gude. Este es uno de los cambios: los actores de la violencia. El otro, es la violencia misma, que de ser marginal, y enfocada como un medio para conseguir algo necesario, se ha vuelto finalista: vejaciones, amenazas, huidas, robos en el propio domicilio... hasta llegar a la infamia de la agresión.

Dificultades para asumir el esfuerzo y aceptar el fracaso

El problema ‘no es tanto lo que estos chicos hacen, que también, como lo que son, cuál es el desarrollo de su personalidad’, hace notar Ricardo Fandiño. A menudo poseen graves fallas en el desarrollo de su identidad y su moralidad. ‘La violencia son los fuegos artificiales, pero por debajo existen más problemáticas: los chicos violentos a menudo tienen dificultades para conceptualizar todo lo que tiene que ver con el esfuerzo’. Trabajan con claves como ‘yo pido y ellos me dan o no me dan’, muy relacionadas con la infancia, y que llevan a la satisfacción o a la frustración. ‘Están acostumbrados a tenerlo todo, y no saben lo que es la frustración, el fracaso’, señala Julio Jiménez.

Su conducta aboca a los padres a la desesperación. En el caso del Centro de Montefiz, de referencia para toda Galicia, ‘llegan a nosotros desbordados, tras haber recurrido a otras instancias sin éxito, y frustrados porque han puesto mucho esfuerzo en compensar a los hijos’, señala Fandiño. El problema es que en ocasiones ‘no tienen tiempo para estar con ellos. Sobre todo, tiempo de calidad’. Esto conduce a la situación de conflictividad familiar que a veces existe con carácter previo a que explosione la violencia juvenil: separaciones conflictivas, divorcios, nuevas parejas, nuevos hijos, nuevas figuras parentales... ‘Dependiendo del momento evolutivo del menor, les afecta mucho’.