«Pegué a mi padre, no aguantaba órdenes»

La Fiscalía General del Estado alertaba esta semana del «preocupante» incremento de las agresiones de adolescentes contra los miembros de su familia.

Con la intención de entender esta problemática, ABC se ha introducido en el infierno vivido por uno de sus protagonistas.

Rafa ha cumplido la mitad de la medida judicial que le impuso el juez, cinco meses, de los cuales dos estuvo completamente aislado de su familia debido a una orden de alejamiento. Aún le quedan otros cinco para reflexionar, aprender a controlarse y a aceptar que quien tiene la autoridad no es él, sino sus padres. «Todavía nos queda mucho trabajo por hacer», explica este chico de 17 años, cuya vida ha cambiado por completo desde que convive con otros siete chavales que, como él, cometieron un delito de violencia doméstica contra sus progenitores. «Al principio yo pensaba que quienes estaban equivocados eran mis padres y ellos que era yo. Cuando los psicólogos les decían que tenían que cambiar el modo de actuar, a ellos no les gustaba y a mí tampoco, porque yo me creía el cabeza de familia, y se tenía que hacer lo que yo decía».

«Estás denunciado»
Un día de abril todo se nubló para la familia de Rafa. Algo, una nimiedad como tantas otras veces, desencadenó una «bronca» en el domicilio. Además de los gritos y amenazas, el trauma finalizó con un padre lesionado y con toda la paciencia que quedaba por gastar. «Estás denunciado», fueron las últimas palabras que Rafa escuchó esa noche de su magullado padre, pero no se las creyó, porque no era la primera vez que las escuchaba -hasta cuatro veces llegó a acudir la policía en los años anteriores a su casa, una de las cuales el conflicto finalizó en un hospital- y pensaba que no sería la última.
A la mañana siguiente, la Policía se dirigió al instituto donde Rafa cursaba 1º de Bachillerato para detenerlo.Durante las nueve horas que permaneció en la comisaría, hasta que fue conducido a las dependencias judiciales a la espera del juicio, Rafa sólo pensaba en que esa tarde debía quedar con sus amigos.
«Cada día era como si estuviera en fin de semana para mí, tenía que hacer por fuerza lo que yo quería». Y ese día, Rafa sólo sentía impotencia porque esa tarde no podría salir.

El calabozo, lo más duro
Desde la comisaría, Rafa fue conducido al Juzgado de Menores, donde pasó una de las noches más difíciles de su vida. «Entiendo que fue una decisión muy dura para mis padres y que lo hicieron para salvarme la vida en cierto modo, pero creo que no me lo merecía». Rafael recuerda que compartió «castigo» esa noche con delincuentes habituales, cuyas faltas para el adolescente eran mucho más graves que la suya: «Me metieron en un calabozo con chicos que habían robado o violado y, no creo que pegarte con tu padre sea comparable», destaca.¿Qué significó para él? Fue una auténtica jornada de reflexión. En ese instante se dio cuenta de lo que había hecho, no logró conciliar el sueño en toda la noche. Una vez allí, el susto fue enorme. «Me sentía fatal».
Los educadores de Rafa coinciden en señalar que fue duro, pero sin duda también lo fue para los padres, «es complicadísimo denunciar a tu hijo» sostienen quienes trabajan en el centro con el caso de Rafa, pero es necesario hacerles comprender que es lo mejor que pueden hacer para ellos, cuando se produce una agresión de este tipo.Hoy, cinco meses después, Rafa es capaz de referirse a ese momento como un punto de inflexión en su trayectoria. «A mí me sirvió, me cambió mucho esa noche, porque empecé a arrepentirme de verdad, a reflexionar, antes nunca lo había hecho».

La noche anterior fue una vez más, «pegué a mi padre porque no aguantaba que me mandase, que me diera órdenes» y pensaba que «yo era el que dictaba las normas y debían hacer lo que quisiera».Además, la distancia le ha otorgado la certeza de que el calabozo no hubiera sido suficiente: «Si hubiera regresado a casa a la mañana siguiente, tarde o temprano el episodio se hubiera repetido». Cualquier cosa detonaba una discusión, y en el momento que protagonizaba su particular infierno, no era capaz, y tampoco lo intentaba, de controlarse. «No era yo mismo, quería pasar el fin de semana entero fuera de casa y aunque mis padres me dijeran que con 15 años no podía, por eso me escapaba». Ahora tiene claro que no quiere volver a esa vida. Pero siente miedo de que la ira vuelva a aparecer y se repita el incidente.